Superviviente
de un naufragio
que no llega
PREGÓN
CARNAVAL ARACENA 2004
Buenas noches, amigos y amigas supervivientes del carnaval, interesados e interesadas, todos y todas, y testigos accidentales de este acto. Buenas noches también a los y las cómplices que todavía creen que algo queda por decir del Carnaval y sobre todo, que a mí se me puede ocurrir ese algo, y que por eso estáis aquí.
Hace ya 22 años que desde el puerto siempre dispuesto de la ilusión, partió con rumbo desconocido la nave de nuestro carnaval. Los vientos eran favorables y la mar del tiempo ondulaba con la calma de una amanecida casi de primavera. Pero apenas alcanzar mar abierta, las primeras tormentas golpearon el casco de la nave. Golpes de tifón que al estrellarse contra maderas nuevas apenas dañaron al navío.
Año tras año, vendavales y tempestades acecharon los caminos salados del Carnaval, hubo motines entre los marineros y, en ocasiones, insurrecciones que dieron al traste con mandamases y variaron los rumbos. Y por suerte, como no existía ruta preconcebida, el Carnaval avanzaba por mares imprecisos y dejaba a su paso la estela de la gracia, del arte, de la imaginación. También vertía escombros, restos malolientes que atrajeron a tiburones y a predadores que quisieron hacer presa fácil donde esperaban no encontrar defensas.
Mas había defensas, la nave se aferraba a su vida, que no es más que su continuidad, como si fuera lo único que tiene. Y es lo único que tiene. No hay más. Las cosas existen porque sí, y sólo mantienen esa existencia si alguien se preocupa de cuidarla.
En los últimos años, es un huracán el gran enemigo de la navegación. En varias acometidas de las grandes olas marinas, son ya bastantes los tripulantes y los viajeros que han caído al océano. Cordajes y velas, jarcias y espolones se resienten a los ímpetus de la derrota. Por babor y por estribor, la mar flagela este bajel.
Y aquí estoy yo, náufrago de un barco que aún veo en el horizonte, y voy flotando entre las aguas de esta travesía buscando alguna tabla de salvamento a la que agarrarme, mirando las oscilaciones de la nave y deseando que retome el rumbo, que pueda volver a recogerme.
Navega velero mío…
CUPLÉ.-
El camino por la mar no siempre se tambalea. Cual si del de los Sargazos se tratara, a veces el mar océano encuentra rellanos entre las olas, ratos en que la armonía del movimiento desemboca en quietud. Una quietud cercana a la tranquilidad. Son los momentos felices del Carnaval. Dulces instantes que marcan la retina con una imagen imborrable.
Para mi hatillo de recuerdos guardo: a los Sirlachones del primer año; a los Pitufos de siempre, con ese maestro de la caja que se tragó el tiempo, Josema “el Chivo”; a San Julián esculpido sobre el cuerpo de Santiago en la Plaza de Toros una mañana de sol robada a la primavera; a los paquetes de los Celtas; a los gatos de la Parrita que salían de un bidón sin fondo; a las cigüeñas que casi por San Blas llegaban desde las vecinas tierras portuguesas; la desfachatez maravillosa de unos músicos dirigidos por un Pulpeiro de talla corta; la magia de unos picoletos que bajaban desde el espacio para pintar de verde el agujero del Castillo; la sal aguda que salaba sin hacer daño de unas ricachonas que se dignaban mezclarse con el pueblo llano; los disfraces de Braveheart, de Pinochet sobre una silla de ruedas milagrosa que lo curaba de sus males cuando pisaba tierra chilena; el Rappel del Trompe; el sonido importado de los samberos brasileiros y asumido por la rumba gitana de los calés; las cebollas de Abdón, y las carrozas de reinas que apenas tenían tiempo ni edad de gobernar si no era para robar corazones chirigoteros; el pregón cargado de sentimiento que sacó de su cuerpo inmenso repleto de bondades Inma Castizo, y tantos y tantos atardeceres y tantas madrugadas de luna rielando sobre las olas, que mi maleta rebosa de alegrías.
Y sirvan como estribillo,
el rasgueo de una guitarra,
el soplo en algunos pitos,
un disfraz, tu risa clara,
el toque de un nuevo tipo
a ritmo de bombo y caja,
y pa orientar los destinos
del carnaval que naufraga,
estas letras que recito
y un colorete en tu cara.
Caben también los recuerdos de un Tomy que buscaba con su cámara el momento digno, el único, el más significativo de un carnaval que se pasaba de humano, de un carnaval que distribuía desgastes y brotes nuevos; de una Lourdes que reía con el sonido lejano de las cawboys del viejo oeste; del Televicos que se encargó de enlatar recuerdos para recordarnos, cada verano, que Febrero también existe en el calendario festivo de Aracena; de las sonrisas forzadas de dos alcaldes que acogían, y aún recoge uno de ellos, con más resignación que agrado, las críticas de las chirigotas; de las manos alborotadas por los aplausos de quienes hicieron de la primera fila su lugar preferido para pasar los carnavales; de mis amigos del Rincón de Juan, sin los que no encuentro sentido a mi carnaval, Zamora, Vichi, Josele, Gilbe, Michel, Luis, Isi, Chanca, Parri, Torino, Barceló, Fran, Pasota, Vega, Pío y mi compañero de entresemana que marcaba a golpes de caja nuestros pasos y nuestros cantos en las noches de Aracena, Durán.
No hemos perdonado ni un carnaval; todos han pasado bajo la quilla de nuestro navío, en todos hemos dejado la estela de nuestro paso, el sonido de viejas coplas y nuevos días, de nuevas noches y antiguos redobles, de vasos y vasos de cerveza y de papelillos que se quedaban entre las telas de la caja y del bombo hasta el año siguiente.
Y sirvan como estribillo,
el rasgueo de una guitarra,
el soplo en algunos pitos,
un disfraz, tu risa clara,
el toque de un nuevo tipo
a ritmo de bombo y caja,
y pa orientar los destinos
del carnaval que naufraga,
estas letras que recito
y un colorete en tu cara.
PASODOBLE.-
Vuelve otra vez la mar bravía, la que agita la cubierta con vientos desde la proa que mueven por sotavento las velas de mi navío, y me traen por barlovento, otra vez recuerdos más serios, menos amables; aquellos a los que cantarle supone más un motivo de tristeza que de alegría, los que evidencian las debilidades de la botavara y de los mástiles.
Recuerdos que son como el pasodoble: que se lanza y se detiene, que busca un bajar de voces para disparar la emoción, que se quiebra en un pellizco y provoca en el pueblo, el grito aprobatorio del aplauso.
Y siento como la sombra de una pena, cuando pienso en aquellos que dieron brillo al carnaval y que ahora, como si huyeran en pateras, abandonan su tierra y viajan, mientras aquí es la fiesta, hacia los dominios de mejores disfraces, hacia la gloria inalcanzable de Cádiz.
Yo, desde aquí, miro a mi gente y me emociono. Igual que cuando en el barco veía desde cubierta el alegre trasegar de los delfines, la presencia sugerente de las ballenas o aquellas sirenas que nunca sabré si fueron ciertas.
Mi vello se eriza con la memoria de letras que levantan a Aracena de mi alma, que rememoran la infancia de rodillas ensangrentadas y caras con churretes, que ensalzan la calle de las cruces, que se preguntan por qué se le aplaude siempre a la misma gente, que alaban las virtudes de un payaso, que reclaman atenciones a ruinas de ladrillos coloraos y piedra fina, que aplauden a una Lupe que anima sin distinciones, que recuerdan que el carnaval es tan digno como cualquier opción que abra un poco más la puerta, siempre entrecerrada, de la libertad.
POPURRÍ.-
Que este barco no es de guerra, no todo el mundo lo sabe. Que no es tampoco de recreo, sólo algunos pueden testimoniarlo. Que es un barco a la deriva, a la vista está. Que se para en cada puerto y se mueve al compás del viento, no se nos escapa a nadie.
Por fuera se ve de lejos si te dignas a mirarlo, pero sus camarotes permanecen ocultos a quienes no han sido nunca miembros de las chirigotas, de las comisiones, a quienes no han tenido la oportunidad de ser reinas o damas, o acompañantes, a quienes no han hecho nunca la cebolla ni se han detenido a atracar en Marimateos para enterrarla.
Tiene mi navío cuatro velas que son todas importantes. La Mayor es la que recoge los vientos y la que impulsa con fuerza su rumbo. Posee ésta, dibujada, la gracia del chiste chirigotero y la ilusión del escenario. Aunque es de velas cuadradas, se adaptan al soplar de los alisos. Su forma varía en cada chirigota, en cada año que suben al escenario, en cada integrante de cada agrupación… Y aún así sigue recogiendo los soplos que impulsan la nave del carnaval.
Otra vela es la de mesana, la que desde atrás captura las brisas y dirige la trayectoria, la comisión organizadora, quien tiene a su cargo el trabajo que no se ve pero que se nota. A ellos echamos de menos en estos últimos años, por eso el barco se halla a las orillas del naufragio.
La vela triangular delantera es la que marca lo más lucido, el desfile del Carnaval, las carrozas, los disfraces, la calle. La calle es el baluarte que defiende desde el castillo de proa el peso del pueblo, la fuerza que mantiene y guarda la línea de flotación del barco.
La cuarta vela recibe los vientos contrarios, los contralisios, aquellos que dinamitan los ánimos y dificultan la navegación. Debe tomar las críticas y servir para evitar desviaciones. Pero no debe ser la guía y la referencia del carnaval. Para eso está la estrella polar, el norte de la fiesta que no es otro que el de ser y hacer feliz. Cantamos todos los años un pasodoble que dice que son tu risa y mi contento mi único reglamento. Así sea.
Pero entran en el popurrí otros temas varios, como aquellos días en que mi amigo Miguel dejaba al pueblo un arlequín que se les otorgaba sin el beneplácito de la gente. Por cierto, a veces, la gente también se equivoca y aquella fue una de esas veces, algún día y no es malo el de hoy, deberíamos pedirles perdón. Sé que lo tenemos, el tiempo es más sabio y ya ha cumplido con la peña de la Parrita, la mejor comparsa que aquí ha habido, y no es la única, quien quiere saberlo lo sabe.
Y Mamen, mi mujer, que encontró en el carnaval la puerta de entrada a una Aracena que se le antojaba adversa y que en una época en que se comía las uñas como si a ese gesto se agarrara para mantener el equilibrio emocional, era capaz de dejárselas crecer sólo para poder tocar la guitarra cuando el Carnaval llamaba a la puerta.
Los viajes, que quienes están fuera realizan con excesiva frecuencia, para probarse disfraces, para asistir a ensayos. Las noches de lluvia, montado en un coche a esas horas en que la madrugada deja de ser misteriosa para convertirse en una amenaza.
Los sofocos de Paco Micro, envueltos entre sonrisas y chistes, para organizar lo inorganizable, coronaciones, actuaciones, entradas y salidas, imprevistos y descuidos… vida, como todo lo que rebosa el carnaval.
Las tardes de cortar hojas de castaño y engarzarlas de aquellos recordados rehiletes o de los pinos, a la luz de un invierno de tardes cortas y días crecientes.
Las reuniones con Perico, de los de la peña el Punto, aguantando estoicamente las letras que les traía para canciones y que después el Zaca arreglaba hasta sacarles la punta del chiste.
Los ensayos en cocheras, en sótanos, en garajes, en granjas, en casas de campo, en locales olvidados de las necesidades de sus dueños y que conservaban el frío como si de un tesoro se tratara, calando en los huesos y en los pies. Con sus peleas, sus discusiones, sus arreglos, sus vueltas a empezar con ese cuplé que no han salido los altos o a retomar el ensamblaje de dos cuartetas del popurrí para que no se note el cambio de tono de la guitarra; la repetición de los pitos para que entraran todos a la vez; y al final, cuando ya todos estamos deseando irnos, viene un componente cualquiera y nos dice que vamos a cantar la última vez, pero no como un ensayo, sino porque nos gusta, porque eso son de verdad los carnavales. Y ¿Cómo decirle que no? Si de verdad es eso lo que nos gusta. Y la última cerveza, o el último vaso de salas, mientras alguno decía “Pero si el último ya nos lo hemos tomado cuatro veces. Vamos a tomarnos otro, pero que no sea esta vez el último”.
Las vueltas a la tela para que la forma del culo, de la cigüeña, del romano, del mister Proper, del torero, de la vieja, del mosquito, de la bombona, del aire, de cualquier cosa que la imaginación dictara, quedara más perfecto, más de verdad, más… ¿qué se yo, qué más?
Las tardes y las noches de pintura con los fondos y las puestas en escena, queriendo sacar a la luz lo que da realce al trabajo de meses, a lo que vosotros veréis antes de escuchar lo que la chirigota tiene que decir.
Las letras que se resisten a las notas, a caber en sus estrofas, a decir lo que se quiere decir de los personajes.
Los personajes que se agotan, porque siempre se les canta a los mismos, y hay quienes se quejan y quienes protestan, quienes amenazan y quienes requieren, quienes no se conforman y quienes buscan venganzas.
…Lecciones, al fin que van haciendo aprender y crecer, que a veces refuerzan y otras veces debilitan…
Carnaval, que sigue a flote y que en unas ocasiones se me aleja y en otras parece venírseme encima, las olas siguen empujando y meciendo, está cercana, todavía, la última galerna.
Y antes de llegar al final de este repertorio, no puedo menos que recordar lo que quizá en un futuro se recuerde, que es éste el primer pregón y el primer Carnaval que se celebran en el Teatro, en el magnífico escenario del Teatro Sierra de Aracena.
Se ha pasado por carpas, por escenarios en el paseo, en la plaza de toros, por naves y por el pabellón polideportivo, pero esta experiencia es nueva, y espero que agradable. El Carnaval se merece un escenario donde demostrar que mientras hay vida, hay esperanza, que mientras casi cien personas quieran, esta fiesta seguirá p’alante, que el trabajo de hacer letras, es de poetas, que el de cantar es de cantantes y el de representar es de actores y quienes detrás de mí saldrán a pisar por primera vez estas tablas, son todo eso junto, son artistas y hacedores de cultura. La cultura de mi pueblo.
Después, el Carnaval sigue en la calle. Y seguirá mientras queráis, porque sólo de vosotros depende, nadie piense que si la comisión, que si las chirigotas, que si el ayuntamiento… ¿Qué me vais a contar?... Cada uno hace su guerra y no nos damos cuenta de que esta lucha no requiere de víctimas ni de victorias. Por eso estamos hoy aquí, los verdaderos carnavaleros, los derrotados del carnaval.
Y yo, como un náufrago cualquiera seguiré agarrado a las únicas tablas a las que el carnaval me deja. Al bombo, que durante tantos años ha sido mi fiel compañero de escenarios y de calles, de correrías por bares y de soledades, de cantes y de bailes, de sueños y de naufragios. Y a él seguiré agarrado como mi tabla de salvamento.
¡Hasta siempre!
Mario Rodríguez García
En el primer febrero
del Teatro
Sierra de Aracena.
